5 CUENTOS PROTAGONIZADOS POR UN PADRE
El deseo de papá
Había una vez un papá al que sus hijas consideraban el mejor del mundo porque le encantaba jugar con ellas, contarles cuentos, pasearlas y estaba tan loco con ellas que no deseaba que crecieran y se hicieran mayores.
Una noche, mirando por su ventana, vio una estrella fugaz y aprovechó para pedir un deseo: “No sé si esto de pedir un deseo a una estrella fugaz funciona, -pensó- pero ahí va el mío: ¡Deseo que mis hijas permanezcan siempre pequeñas, como ahora!”
Se fue a la cama sin creer que su deseo se haría realidad, pero comenzaron a pasar los días, las semanas y los meses y cuando el papá llevó a sus niñas al pediatra para su revisión anual, se dieron cuenta de que medían exactamente lo mismo que el año anterior y no pesaban ni un gramo más tampoco.
El padre se extrañó mucho, pero el pediatra le tranquilizó diciéndole que sus hijas estaban perfectamente bien y que, por el momento, no había que preocuparse. “No obstante, -le dijo el doctor- tráemelas pasados seis meses y para entonces seguro que habrán dado un buen estirón”.
Seis meses después, el papá volvió al pediatra con sus dos pequeñas. El médico volvió a observarlas y, aunque estaban bien en todos los sentidos, seguían midiendo y pesando lo mismo. El doctor no entendía lo que estaba sucediendo. “Es como si el tiempo se hubiese detenido para ellas”. Dijo un tanto extrañado.
Entonces el papá se acordó de su petición a la estrella fugaz y pensó que tal vez su deseo se había cumplido. Así que ya no se preocupó más, sino que más bien le invadió una gran felicidad porque iba a poder tener siempre a sus pequeñas con él. Así pasó un año, y otro, y otro más, y las niñas seguían fuertes, saludables, hermosas y… pequeñas.
Para el padre todo esto resultaba genial, pero a las niñas no le hacía ninguna gracia. “Papi, ¿por qué nuestras amigas crecen y nosotras no? ¿Por qué ellas han pasado a primaria y nosotras seguimos en infantil? ¿Y por qué…..? ¿Y por qué…?”
Las niñas no paraban de hacer preguntas a su papá. Y él comenzó a darse cuenta de que, aunque tener a sus niñas pequeñas le hacía muy feliz, no parecía que las hiciera felices también a ellas.
Además se preocupaba al pensar: “¿Quién se hará cargo de mis niñas cuando yo sea mayor?”.
En medio de tanta angustia, al padre no se le ocurrió nada mejor que volver cada noche a su ventana para ver si por casualidad volvía a ver a la estrella fugaz y pedirle que deshiciera su deseo anterior, si era posible.
Una de las noches, el papá volvió a ver a la misma estrella fugaz y le dijo: “Estrellita buena, te agradezco que me hayas concedido el deseo que te pedí hace unos años. Pero resulta que lo que creía que iba a hacerme inmensamente feliz no lo ha hecho, porque ha convertido a mis hijas en desgraciadas. Creo que te formulé mal mi deseo, y lo que quería realmente era que todos permaneciéramos iguales, no sólo mis hijas. Así no sólo seré yo feliz, sino ellas también”.
Así que, desde aquel día, todos permanecieron iguales. Ningún niño crecía, y ninguna persona mayor envejecía. Pero claro, para que esto fuera así, tenían que vivir cada día lo mismo. Nada cambiaba, todo era igual. No había sorpresas ni variedad porque vivían exactamente el mismo día una y otra vez. Ahora, no sólo eran infelices él y sus hijas, sino que era infeliz todo el mundo gracias a su segundo deseo, que resultó ser peor que el primero. “¡Oh, no! –exclamó el padre angustiado- ¡ahora soy responsable de la desgracia de todo el mundo! Definitivamente, no era esto lo que quería. Volveré cada noche a la ventana hasta ver de nuevo a mi amiga la estrella fugaz”.
No pasó más de un mes cuando el papá vio por tercera vez a la estrella. “Estrella amiga he comprendido que creyendo que pedía algo bueno ha resultado ser malo. Me doy cuenta ahora de mi egoísmo. Ahora mi deseo es que todo vuelva a ser como al principio, cuando te vi por primera vez. Realmente lo que deseo ahora más que nada en el mundo es que la vida siga su curso normal. Con eso seré el hombre más feliz del mundo y lo más importante, creo que mis hijas y las demás personas lo serán también.”
En ese momento, el papá oyó un grito. Era una de sus pequeñas que lo llamaba… “Papaaaa, tráeme agua que tengo sed, por favor”. El padre se sobresaltó y despertó de lo que parecía haber sido un extraño sueño.
Cuando llevó el agua a su hija pudo comprobar que todo seguía como siempre, como antes de haber formulado el primer deseo. Eso hizo que le invadiera un gran alivio y una gran felicidad.
La verdad es que el papá nunca podrá saber si aquella nueva oportunidad fue obra de la estrella fugaz o si nada de lo anterior llegó a suceder. Lo que sí es cierto es que el mejor papá del mundo había aprendido una gran lección: que no siempre lo que uno cree que es lo mejor para nuestros hijos termina siéndolo. Y que hay que dejar que la vida misma nos enseñe a cambiar de idea cuando sea necesario. Por último, es bueno saber que hasta los papás de cuento, con el tiempo se vuelven aún mejores… ¿No es esto una gran noticia?
Milagrosa Torres Cruz
El problema de papá
Víctor estaba muy contento. Era el día de su séptimo cumpleaños. Todo estaba preparado para la fiesta. Allí estaba su mamá, sus tíos, sus primos, sus abuelos y sus amiguitos. Sólo faltaba papá.
Viendo que su padre no llegaba, Víctor empezó a enfadarse. Su abuela le explicó que si papá no había llegado aún era porque no podía, por el trabajo, por el tráfico en las carreteras. Pero Víctor no lo entendió y se quejó de que papá no estaba siempre que quería que jugara con él o le ayudara con los deberes.
Cuando ya era el momento de apagar las velas de su tarta de cumpleaños, se abrió la puerta y apareció papá. Víctor se puso muy contento, a pesar de que seguía enfadado con su padre por no estar con él más tiempo. Papá traía un regalo en sus brazos. Era un perrito, de ninguna raza en especial, pero muy bonito, indefenso y cariñoso.
Papá le pidió perdón a Víctor porque había tardado en llegar a su cumpleaños, ya que había estado en la protectora de animales adoptando a su nuevo amigo. Víctor le perdonó pero seguía pensando que papá no estaba en casa para jugar con él siempre.
Al día siguiente, Víctor tenía que ir al colegio. Le dijo a su mamá que prefería quedarse cuidando de su perrito y jugando con él, pero mamá le dijo que no podía ser, que debía ir al colegio y que cuando volviera jugaría mucho con su perrito y lo cuidaría. Y así se fue al colegio.
Allí estuvo todo el tiempo pensando en su perrito y en lo mucho que jugarían juntos cuando él volviera a casa. Por fin, llegó la hora de salir y Víctor corrió a casa a buscar a su perrito. Se lo encontró muy triste tumbado en su camita. Corrió a llamar a su mamá y le preguntó porqué estaba allí tan triste. Su madre le dijo que el perrito le había echado mucho de menos todo el día mientras él estaba en el colegio. Víctor se excusó diciendo que tenía que ir al colegio para aprender muchas cosas. Entonces su madre le explicó que a papá le ocurre lo mismo."Papá querría estar todo el tiempo aquí cuidándote y jugando contigo, pero a veces tiene que irse a trabajar. Y cuando no está contigo, igual que tú con tu perrito, él piensa todo el tiempo en lo mucho que te cuidará y jugará contigo cuando vuelva".
Entonces Víctor comprendió que los papás y las mamás quieren mucho a sus niños aunque no estén todo el tiempo con ellos. Luego, corrió a buscar a su perrito que saltó de alegría cuando le vio.
Rosario Fortuna Sánchez
El sueño de Berto
Los tiempos eran malos y el bueno de Berto había tenido que vender hasta su pobre casa. Estaba muy triste y apenado porque su familia y él debían conformarse con dormir en un pequeño y viejo barril. La suerte no le sonreía. Durante el día deambulaba por la ciudad en busca de trabajo. Una chapucilla aquí, un trabajillo temporal allá… era todo cuanto de momento podía obtener para sacar lo justo con que pagar una comida para su familia.
Por la noche, mientras todos estaban acostados en el viejo barril, Berto contaba a sus hijos las más fabulosas historias de piratas, dragones, príncipes y princesas.
- Ya que no puedo darles un techo ni llenar su barriga, alimentaré su imaginación –se repetía el bueno de Berto una y otra vez.
Pero, de repente, la suerte de Berto cambió. Un buen amigo había conseguido un trabajo de músico y, sabiendo que a Berto se le daba bien tocar la trompeta, le llamó para que formaran un dúo. A partir de aquel momento, las cosas empezaron a ir un poco mejor. Berto ahorraba cuanto podía para volver a comprar su casa y ver sonreír de nuevo a sus entristecidos hijos.
Había hecho un agujero al lado del barril que les servía de vivienda y allí guardaba en una cajita el dinero que había ganado durante el día.
Pero sucedió algo inesperado. Al excavar un poco más, descubrió un papel. El corazón le dio un vuelco al comprobar que se trataba de un mapa muy antiguo de un tesoro escondido.
- ¡Se acabaron nuestras penas para siempre! Iré en busca del tesoro.
Reunió sus ahorros y partió en busca del tesoro escondido. No le dijo nada a su familia para que su regreso triunfal fuera una gran sorpresa. Tuvo que conformarse con una pequeña barca, pero estaba tan contento que no le importó pasar días enteros remando hasta que avistó las lejanas costas de África. Siguiendo las instrucciones del mapa, se internó en la selva, donde le sucedieron miles de aventuras. Incluso un día se llevó un susto mayúsculo cuando un hipopótamo surgió de repente bajo la canoa que le transportaba río abajo y le hizo zozobrar.
Al fin, nuestro amigo Berto llegó al lugar señalado y ante sus ojos se encontró con una impresionante gruta tan oscura que a Berto le dio miedo entrar. Pero no podía volver con las manos vacías. No podía defraudar a su familia. Se armó de valor y entró. Una vez encontrado el punto exacto que indicaba el mapa, se puso a cavar. Al cabo de mucho rato empezó a preguntarse a sí mismo si toda su aventura no era más que una broma pesada. Pero de repente la pala golpeó en un gran cofre. Con gran entusiasmo, alzó el cofre del profundo agujero y lo abrió. Ante sus ojos estaban las más hermosas joyas que jamás hubiera visto. Collares de perlas, rubíes, diamantes, incluso una gran corona de oro.
¡Qué contento estaba! Recuperaría su casita y nunca más tendrían que dormir en aquel viejo barril.
- Papá, despierta. Te has quedado dormido y ya es la hora de nuestro cuento.
Berto miró a su alrededor y apesadumbrado se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Esa misma noche les relató todo lo acaecido en su sueño. Mientras se despedía de sus hijos, y al acercarse al más pequeño, éste le susurró al oído.
- Papá no te preocupes por no haber traído ese gran tesoro de tus sueños. No quiero caros juguetes, ni abundante ropa, ni siquiera una casa mejor. ¿Y sabes por qué? Porque tú eres todo lo que necesito para ser feliz.
Eva Moreno
Un papá con superpoderes
Cuando mi hija cumplió cuatro años, cerró los ojos delante de la enorme tarta de cumpleaños que había preparado la abuela, se lo pensó muy, pero que muy bien, formuló su deseo y sopló con todas sus fuerzas esas cuatro velas que iluminaban la habitación.
Desde ese día tengo superpoderes. No os lo podéis ni imaginar. Ahora puedo salir del trabajo a la hora para tener un buen rato para estar con ella, he aprendido más de un millón de cuentos de hadas, otros tantos de piratas y casi la mitad de duendes y troles, puedo hacer bocatas de chocolate con patatas fritas y nueces, he aprendido a espantar sustos, a curar grandes males con un “sana sana”, imagino una historia y al rato se hace realidad en el salón de casa, ahora sé apagar la tele y desconectar el móvil, sé que basta susurrar “porfi, porfi” para conseguir que se cumpla cualquier deseo…
Pero lo mejor de todo es que esos superpoderes me permiten reír incluso debajo del agua (ojito que no es fácil si no los tenéis).
Como podréis imaginar estoy deseando que cumpla 5, pero eso será el próximo año y tenemos que hacer muchas cosas hasta entonces.
José Seoane Martinez
El papá que no sabía contar cuentos
Había una vez un papá que no sabía contar cuentos... Cada noche antes de dormir, Jaime llamaba a su papá
- Papá, ¿me cuentas un cuento?
- Hijo, no sé ningún cuento. Si quieres te cuento lo que he hecho hoy en el trabajo, o lo que vi en el telediario, o lo que hablé con la tía María..., pero cuentos... no sé ninguno.
- Menudo rollo, yo quiero que me cuentes un cuento - decía Jaime –
- Si quieres mañana vamos a la Biblioteca a ver si encontramos alguno para leer...
Al día siguiente Jaime y su papá fueron a la Biblioteca
- ¡Buenas tardes! - dijo Jaime al entrar.
- ¡Sshhhisss! ¡Silencio!- dijo la bibliotecaria- Aquí no se puede hablar alto o molestarás a los lectores.
- ¡Buenas tardes! - repitió Jaime, pero esta vez muy bajito.
- ¡Buenas tardes! ¿Puedo ayudarte en algo? - pregunto la señora.
- Tenemos un problema - explicó Jaime - Mi papá no sabe contar cuentos...
- ¡OH! Ese es un problema muy serio. Creo que sé quién puede ayudaros...
- ¿Quién? -preguntó el papá muy interesado.
- ¡El Duende de la Fantasía!
- ¿Dónde podemos encontrarle? - preguntó Jaime.
- Subir a la tercera planta. Esta un poco oscuro porque se fundieron las luces y, como apenas va nadie por allí, aún no lo han arreglado. Tenéis que ir al fondo del todo. Allí hay un libro muy grande y no muy lejos de él lo encontraréis. Pero tener mucho cuidado, no lo vayáis a asustar. Lleva muchos años viviendo en la Biblioteca y no está acostumbrado a los ruidos fuertes.
Jaime y su papá subieron las escaleras, al llegar a la tercera planta, había muy poca luz, no había nadie en las mesas y al fondo, apenas se veía nada, así que se acercaron muy despacio casi de puntillas, para no hacer ruido.
Al fondo del todo había una mesa y sobre ella un gran libro, tan grande o más grande aún que Jaime, pero allí no había nadie más, no encontraron ningún duende...
- ¡Creo que aquí no hay ningún duende! - dijo papá.
- Este es el libro, así que no tiene que andar lejos.
Jaime comenzó a andar alrededor del libro y, cuando hubo dado una vuelta completa, allí estaba el duendecillo, encima del libro, mirándole como si supiera a qué había ido allí.
- ¡Hola, Jaime! - saludó el duende.
- ¿Me conoces?
- ¡Claro!, te estaba esperando... Yo conozco a todos los niños y en especial a aquellos que necesitan mi ayuda. Cuéntame, ¿qué te pasa?
- Este es mi papá, no sabe contar cuentos...
- ¡Eso es imposible!- dijo el duende sorprendido
- ¡Es cierto!
- No conozco ningún cuento, puedo contarte lo que quieras, pero un cuento... ¡Imposible!
El Duende de la Fantasía, se pasaba las manos por la cara una y otra vez tratando de comprender lo que estaba viendo...
- Vamos a ver, ¿sabes quién es Caperucita? - preguntó el duende
- No la conozco.
- ¿La Bella y la Bestia?
- Nunca he oído hablar de ellos.
- ¿Pinocho?
- ¿Quién es ese?
- ¿Blancanieves?
- ¿Es una chica?
El Duende estaba empezando a perder la calma...
- ¿Sabes quién es David el Gnomo?
- Todo el mundo sabe que los Gnomos no existen - respondió el papá.
- ¡Es cierto, Jaime! ¡Tu papá no conoce ningún cuento! Esto es más grave de lo que pensaba...
- ¿Puede curarse? - preguntó Jaime.
- ¡Claro! Tu papá ha perdido su memoria infantil. Para recuperarla tenéis que ir al País de Siempre Volverás, buscar la fuente de los cuentos y beber de ella.
- Querrás decir el país de Nunca Jamás - dijo Jaime
- ¡No! Ese es el País de Peter Pan, yo hablo del País de Siempre Volverás, donde viven los protagonistas de todos los cuentos, allí están todos.
- ¿Cómo llegaremos hasta allí?
El Duende dio un salto y al instante cayó al suelo y tras él cayó el libro, que quedó abierto Sus páginas mostraban una puerta secreta que conducía al País de Siempre Volverás.
- ¡Entrad!- dijo el Duende- Recordad que tenéis que buscar la fuente de los cuentos y beber de ella.
Jaime y su papá entraron en el libro y al instante todo cambió de color, la luz llenaba el lugar, había flores, árboles y animalillos que corrían por todas parte, pájaros que cantaban sin parar, nubes azules, un sol radiante en el cielo y un camino de color naranja en el suelo...
- ¡Vamos, papá! Veamos dónde nos lleva este camino...
Padre e hijo andaron y andaron sin cansarse hasta llegar a una casita de ladrillos rojos, llamaron a la puerta, y se oyó una voz
- ¿Quién sois? ¿y qué queréis?
- Soy Jaime y mi papá, buscamos la fuente de los cuentos.
La puerta se abrió y aparecieron tres cerditos
- ¡Ufff...! ¡Qué susto! Creíamos que era el lobo, ya destruyó dos casas pero con esta no podrá. No dejéis el camino, él os llevará a la fuente de los cuentos.
Jaime y su papá siguieron andando por el camino naranja hasta que llegaron a un gran palacio, en la puerta había un gato, pero no era un gato normal, era un gato con botas.
- ¡Miaauuu! ¿Quién sois vosotros?
- Jaime, que gato tan raro -dijo el papá un poco asustado.
- Soy el gato con botas y cuido la casa de mi amo que se encuentra en la fiesta del pueblo.
- Nosotros buscamos la fuente de los cuentos
- Entonces seguir el camino, os lleva al pueblo y allí esta la fuente. Jaime y su papá una vez más continuaron andando, a lo lejos se veía un pueblecito... Entonces apareció un gran globo que bajó del Cielo.
- ¡Buenos Días, caballeros! Soy Willy Fog, estoy buscando el baile de los cuentos, sabéis dónde esta.
- Al final de éste camino, nosotros vamos allí.
- ¡Entonces subir a mi globo! Yo os llevaré.
Se montaron en el globo y en un par de minutos llegaron al pueblo. Había muchísima gente celebrando una gran fiesta, la Bella y la Bestia bailaban en el centro de la plaza, Caperucita estaba preparando una merienda para todos los invitados, Los músicos de Bremen tocaban y cantaban sin parar, Blancanieves bailaba con los enanitos, Hansel y Gretel jugueteaban en su casa de chocolate. Aladín volaba en su alfombra mágica y Campanilla iba de un lado a otro buscando a Peter Pan, que se había escondido dentro de la casa de chocolate. Jaime y su padre se acercaron a la fiesta y preguntaron a un señor muy bajito
- Hola, soy Jaime y buscamos la fuente de los cuentos.
- Hola, soy David el Gnomo, la fuente de los cuentos está detrás del lago de los cisnes.
Allí fueron Jaime y su padre, al llegar el papá se acercó y bebió de la fuente. Casi sin darse cuenta habían vuelto a la Biblioteca, estaban frente al libro gigante, pero ya no había rastro del Duende de la Fantasía. Bajaron rápidamente a la planta baja y se acercaron a la Bibliotecaria
- ¡Queremos llevarnos el libro gigante de la tercera planta!
- Ese libro no se presta, - dijo la señora. Podéis venir a leerlo cuando queráis, pero no se puede sacar de aquí.
- ¡Está bien! Volveremos mañana. Jaime y su papá se fueron a casa. Al llegar la noche, Jaime le preguntó a su papá
- Papá, ¿me cuentas un cuento?
- ¡Claro! Conozco todos los cuentos del mundo, pero hoy voy a contarte un cuento especial...
- ¡Qué bien!
- ¿Estás preparado?
- ¡Sí!
- Había una vez un papá que no sabía contar cuentos...
Eva López León