Rutina, hábito y aprendizaje. Dicen en Sólo 21 días
21 días y un propósito se hace hábito… ¡Ojalá!
Circula un mito por ahí, dice que bastan 21 días para adquirir un hábito. Sencillamente es falso. Pero resulta muy lucrativo para los que venden yogures, prometen métodos con los que cambiar tu vida o, peor aún, mejorar las notas de tus hijos.
Nuestro cerebro es muy listo y muy ahorrador. Su objetivo principal es analizar y actuar con eficacia y rapidez, pero…. Con el mínimo esfuerzo, ¿a qué sí?. Se pasa el día buscando atajos para hacer las tareas más rápida y eficazmente y ponerse a descansar cuanto antes. Para eso tiene una estrategia que se llama rutina. A base de repetir, la rutina nos permite aprender y eso deja huella en nuestra memoria. Tanta que algunos aprendizajes se convierten en un hábito y ante determinadas situaciones actuamos sin pensar, de forma automática.
Pero ni tardamos 21 días en adquirir ese hábito, ni será para siempre si no lo cultivamos y mantenemos. Los buenos hábitos y rutinas se tienen que cuidar.
La rutina del aprendizaje
Al nacer, nuestro cerebro no ha aprendido nada todavía, pero ya está sometido a la rutina biológica: ciclo de sueño-vigilia, hambre… Esa rutina que le permite sobrevivir es también la que le permite aprender.
Los aprendizajes iniciales –control de la postura, caminar, hablar, utilizar las manos– los hacemos por repetición hasta que nuestro cerebro los automatiza. Pensemos en el momento en que empezamos a caminar, primero tardamos todo un año en adquirir las habilidades necesarias –percibir, controlar la postura, coordinar distintas partes del cuerpo…–. Cuando conseguimos dar los primeros pasos teníamos todos nuestros sentidos y todo nuestro cuerpo concentrado en esa tarea tan difícil. La última vez que anduvimos… bueno, no me acuerdo de cuando ha sido porque no he prestado atención.
Además, el cerebro no puede parar de aprender y usa los conocimientos previos para añadir nuevos. Sobre los circuitos del control de movimiento, consolidados con la práctica repetida de caminar, “colocará” otras habilidades motoras: correr, bailar, trepar, saltar, tocar un instrumento, montar en bicicleta… Son cosas que ya no olvidaremos nunca, aprendizajes que serán difíciles de “borrar”.
Con su brillante intuición, Ramón y Cajal propuso que el número y la fuerza con que se formaban las conexiones neuronales (sinapsis) eran la base física del aprendizaje.
“[…] el ejercicio mental suscita en las regiones cerebrales más solicitadas un mayor desarrollo del aparato protoplásmico (dendrítico) y del sistema de colaterales nerviosas. De esta suerte las asociaciones ya establecidas entre ciertos grupos de células se vigorizarían notablemente por medio de la multiplicación de las ramitas terminales de los apéndices protoplásmicos y de las colaterales nerviosas; pero, además, gracias a la neoformación de colaterales y de expansiones protoplásmicas, podrían establecerse conexiones intercelulares completamente nuevas.” –Santiago Ramón y Cajal (1894)
(Ante estas sabias palabras una se queda muda de admiración…)
Sí, ¿pero que pasa con los hábitos?
Un hábito no es lo mismo que el aprendizaje de una tarea motora, es algo más complejo, Aunque la rutina de la repetición esté en la base de su aparición, entra aquí la motivación y los circuitos de la recompensa.
Motivados por un deseo, repetimos una y otra vez una conducta que nos trae una recompensa. Así, sin pensar y sin esfuerzo, creamos un hábito.
Sobre cuanto se tarda en adquirir un nuevo hábito, un interesante estudio de la Universidad de Londres (University College London) concluye que entre 18 y 254 días, y que la mayoría de personas lo consiguen a los 66 días. Es evidente que esta gran variabilidad dependerá de lo complejo que sea el hábito a adquirir. Beber un vaso de agua cada mañana al levantarse no parece muy difícil, hacer los deberes todos los días después de merendar es otro cantar…
Vamos que lo de los 21 días es anecdótico…
Insisto pues en que la curiosidad y la motivación son claves en la adquisición de un hábito y por tanto en el aprendizaje y un reciente estudio publicado en la revista Neuron (oct 2014) parece corroborar esta idea tan lógica.
Los autores del estudio demostraron que cuando algo despierta nuestra curiosidad, nos resulta más fácil aprenderlo, y que, una vez entramos en “modo curioso” nuestra capacidad de aprendizaje mejora, aunque el tema no nos apasione.
Comprobaron también la curiosidad aumenta la actividad cerebral en el hipocampo (almacén principal de la memoria), en los circuitos relacionados con la recompensa (vamos que da gusto aprender) e incrementa las interacciones entre ambos.
Señores maestros y pedagogos, ahí les he dejado un argumento que corrobora lo que ustedes ya saben sobre despertar la curiosidad y motivar al alumnado.
Ese morbo curioso y ese gustirrinín que nos da descubrir algo son fundamentales para ponernos en modo aprendizaje y adquirir buenos hábitos de estudio.
La buenas notas quedan lejos del momento del aprendizaje y deberían ser solo un reconocimiento a la tarea bien hecha, no el fin que justifica los medios.
Siembra un pensamiento y cosecharás una acción
Siembra una acción y cosecharás un hábito;
Siembra un hábito y cosecharás un carácter;
Siembra un carácter y cosecharás un destino…
–Anónimo
Referencias:
Lally, P., van Jaarsveld, C. H. M., Potts, H. W. W., & Wardle, J. (2010). How are habits formed: Modelling habit formation in the real world. European Journal of Social Psychology, 40, 998-1009.
Matthias J. Gruber, Bernard D. Gelman, and Charan Ranganath. States of Curiosity Modulate Hippocampus-Dependent Learning via the Dopaminergic Circuit. Neuron, Published online October 2 2014.